Cuando el efecto de una enfermedad se mantiene, termina siendo paliativo el efecto anestésico del medicamento que nos suministran o ingerimos para tener ese placentero alivio. Días tras día, vemos nuestro rostro, nuestro ánimo disminuido pero confiado en que el tratamiento no nos da tanta confianza como quien nos suministra dicha solución. Vivimos alejados de quienes nos dicen, que mal te ves, que te pasa, estás seguro que te hace bien, hay mejores tratamientos, conozco alguien mejor, un especialista renombrado, bla, bla, bla.
La medicina y la salud tan hermanadas, la una el empleo de técnicas y tratamientos, la otra el derecho humano y la estabilidad del ser biofísico, sufren de crisis de confianza. Que hizo que Hipócrates, miles de años ha creará una disciplina en la cual fuera contemplada el bienestar de mente y cuerpo sanos.
Por otro lado la política como herramienta de generar cambios, el arte de lo posible, dónde siglo tras siglo utilizo los medios económicos como herramienta para buscar soluciones, pero en cambio dilató y utilizo la demagogia para armar estructuras burocráticas sin efecto positivo en la sociedad.
Pero hoy es aún más complicado, macabro y distante esa brecha entre clases o estamentos.
La política con el apoyo económico de grandes empresas multinacionales destruyó a la salud y degenero y corrompió los sistemas de salud vendiendo bienestar, dando esperanza al bajo precio de la necesidad. Comparecemos cómo espectadores narcotizados de una realidad dolorosa y sin fin. Se va desde la legalización del aborto a la eutanasia, se va así diezmando la población mundial, sumando a esto la alteración genética de cuerpos hormonizados para que el macho y la hembra quienes reinaban en la naturaleza humana fueran suplantados por mutaciones asexuadas y generar vínculos entre mismo sexo destruyendo la célula de la sociedad, la familia.
Eduardo Casaballe